La humanidad avanza a saltos de tinieblas. A saltos de gigantes por caminos de duda y de miedo. Un paso hoy y otro mañana, como andan los pueblos viejos. Siempre ha sido así.
Valentina Tereshkova no saltó, voló, no paso a paso sino a mil, a miles de kilómetros por hora, no hacia las tinieblas sino hacia el sol y las estrellas, en busca de luz.
Seguro que Valentina tuvo miedo. El miedo es el sentimiento más auténtico, tuvo miedo cuando caminó hacia el Universo y escapó de la Tierra, de la gravedad que es la madre de todas las madres.
Se quedó huérfana de la fuerza, desconocida todavía en su esencia, que la Tierra ejerce sobre las cosas corrientes, sobre nosotros; fuerza de Tierra. Se quedó huérfana de amor de Tierra vestida de novia de traje de acero, y cuando Valentina volvió, la humanidad fue mejor.
Hoy Valentina está con nosotros en esta modesta Universidad, tan necesitada de comprensión como ella lo estuvo con la soledad, y cuando mañana se nos vaya de Valencia, recordaremos a esta mujer-héroe que con su sola presencia nos hizo más fuertes y con su sola palabra nos hizo más sabios.