Doctor Honoris Causa por la Universidad Politécnica de Valencia. Investido en la Biblioteca Virgilio Barco de Bogotá el 28 de octubre de 2005.
Palabras para agradecer el Doctorado Honoris Causa, otorgado por la Universidad Politécnica de Valencia, Biblioteca Virgilio Barco, Bogotá, Octubre 28 de 2005.
Hoy es día de felicidad y honor para mi familia y para mí: lo es por sentirme destinatario de un acto que excede mis merecimientos y que acepto conmovido porque lo interpreto como homenaje a mi patria y a mis compatriotas. Lo es por permitirme evocar la categoría intelectual sobresaliente de los anteriores galardonados. Lo es por recibir esta investidura al tiempo con un centenar de profesionales que, con doscientos más, han discurrido por las aulas de la Universidad, cuyo telón de fondo es la ciudad de Valencia, con resplandores de innovación que son éxtasis de propios y extraños.
Por tanto, gracias sean dadas al Señor Rector Juan Juliá, por desplazarse desde el Mediterráneo con el claustro ilustre, por primera vez, a fin de doctorar a quienes alcanzaron con disciplina el saber técnico; y a este maestro que se marchita entre libros, alimentado solo con raíces griegas y latinas. Gracias, en fin, al profesor Justo Nieto, Conseiller de Universidades de la Comunidad Valenciana, por su hermosa pero excesiva Laudatio, explicable por su advertencia de la desmesura que alienta en la gente de Antioquia, mi tierra.
Escribo estas reflexiones en Barichara, pequeña ciudad dormida desde comienzos del siglo XVIII en las estribaciones del noreste de la Cordillera de los Andes. Mi mesa de trabajo se nutre del taller de papel hecho a mano a partir de la fibra regional del fique, por campesinos, algunos de origen guane, que, a la usanza antigua, machacan el vegetal con recios mazos de madera hasta arrancarle el secreto de la hoja de papel, sobre la cual se escribieron en la antigua Grecia las epopeyas homéricas y en la España del siglo XVII las andanzas hidalgas de Don Quijote y Sancho por los caminos de La Mancha.
Las calles están empedradas de silencio y grandes bloques rosados salidos de una inagotable cantera; y enmarcadas por muros blancos y rojizos de tapia pisada a base de tierra, agua y músculo. En la hondonada se divisa el río Suárez que después formará el impresionante Cañón del Chicamocha. Al frente, las montañas sembradas de piña, tabaco, fríjol, henequen y café; y en ellas la misteriosa Serranía de los Cobardes. Pero allí todo el mundo es valiente, valientes los pacíficos tejedores de los sueños, la piedra y el fique; valientes los labradores; valientes los parroquianos que rezan al toque de las campanas y los inciensos del templo de piedra.
En aquella evocación de la Colonia que es Barichara, floresta de palmeras en lenguaje guane, cuatro universidades privadas (La Universidad Externado de Colombia, la Universidad de América; la Central y la Autónoma de Bucaramanga), dos organizaciones mixtas, una empresa tabacalera, una cooperativa campesina y una fundación cívica, protagonizan la simbiosis de la cultura científica, la empresarial y la del trabajo, para crear biblioteca y ludoteca donde aprender, a partir de la sabiduría de gentes que beben su versación lejana en fuentes brotadas de aljibes de viejo entendimiento. Pintores y ceramistas llegan a inspirarse en ellos. Poetas a cantarles. Y prosistas a leerlos. Fotógrafos a retenerlos. Arquitectos a repetirlos. Universitarios a entenderlos.
En más de un escenario he sostenido que desde el pensamiento medieval de Abelardo, las Universidades daban la más alta cadencia moral e intelectual a la vida civilizada del mundo occidental: eran instituciones en las cuales la verdad se buscaba con pasión, desinterés y método. Definidas conforme al principio establecido por la Universidad de Bolonia -universitas magistrorum discipulorumque- han enfrentado con coraje el conflicto, pues fuesen de origen papal, real o feudal, en el hallazgo y sustentación del conocimiento, recibían acosos del poder para que pusieran la verdad a su servicio.
Los apremios que acompañan la vida universitaria cambian según las mutaciones de tiempo y lugar. Hoy es evidente que desde la creación de la Universidad de Santo Domingo que antecedió por cerca de un siglo a la fundación de la Universidad de Harvard, las instituciones universitarias saben que ellas cristalizan una parcela invaluable de la cultura, y de su recreación y difusión. En toda América las Universidades descifran desde sí mismas los temas de la vida diaria, por ejemplo los que apasionaron a los teólogos salmantinos sobre la racionalidad de los aborígenes americanos; y los temas que preocuparon a los científicos estadinenses sobre la racionalidad de la guerra del Vietnam, primero, y ahora sobre la racionalidad de la guerra de Irak.
La inmanencia de la Universidad reside en que su honrado discernimiento sobre cualesquiera conflictos, deja lecciones y certidumbres sobre un espíritu ético, sin el cual los seres humanos y la sociedad serían náufragos en un océano de contradicciones que los llevarían a su destrucción.
Dije antes que la búsqueda de la verdad, el método riguroso de esa búsqueda y la honorabilidad de quien emprende tal quehacer, en algunos trayectos históricos han tenido conflictividad con el poder, pero también han alcanzado la plenitud de los valores que cautelan a la persona humana.
Por ejemplo, desde el nacimiento de la nacionalidad colombiana, cuando de la mano de Feijóo, Jovellanos y el Padre Mutis llegara La Ilustración al Virreinato de la Nueva Granada con la Real Expedición Botánica de fines del Siglo XVIII y comienzos del XIX, ella enseñó ciencia y libertad a los jóvenes científicos, sacrificados después en el cadalso. Y sin ir a muy lejos, cuando entre el 5 y el 15 de mayo de 1957, de común acuerdo los rectores de las Universidades privadas de Bogotá - el maestro Ricardo Hinestroza Daza, del Externado de Colombia; el jesuita Gabriel Ortiz Restrepo, de la Javeriana; Monseñor José Vicente Castro Silva, del Rosario; y el Profesor Jaime Posada de la Universidad de América-, suspendieron tareas en los estertores del gobierno militar, cuando un coronel fuera nombrado rector de la Universidad Nacional. El saber desinteresado se erigía en el gaviero de la realidad lacerante! Un mes más tarde por iniciativa del rector Posada, nacía en Medellín la Asociación Colombiana de Universidades, ASCUN, con igual vocación. ¡Gracias sean dadas a la visión del fundador, el Rector Posada, y a los rectores ilustrados que lo acompañaron: con algunos de ellos creíamos tener entonces diferencias ideológicas; pero descubrimos que existían más aproximaciones en la plenitud de la razón que lejanías en el delirio de la sinrazón.
Pues toda vida universitaria descansa en la esencialidad de la libertad de pensamiento y de expresión; toda existencia humana se fundamenta en el principio irrevocable e irrenunciable de que las creencias, las ideas y las opiniones, constituyen territorio infranqueable porque son el santuario del saber desinteresado.
Este principio que se pensara herencia del siglo de las luces, proviene en realidad del florecimiento intelectual del siglo XII que dio impulso germinal a las Universidades. Y presenta testimonios tan honrosos como los que se atribuyen a la Universidad de Cambridge, fundada para dar refugio a alumnos y profesores expulsados de Oxford por tener ideas y actitudes que allí no se aceptaban.
Quiero expresar una vez más a Su Excelencia el Rector Juliá, mi agradecimiento lleno de asombro, pues la Universidad que me enaltece tiene antes que nada filiación técnica, y mi vida ha discurrido de manera principal en el quehacer de las humanidades y de las ciencias sociales. Pienso que quizá se festeja en mí en vez de al científico que no soy, a alguien que ha ejercido la cátedra desde sus tiempos de estudiante; a un maestro que, salido de la entraña campesina de su patria, ha buscado el conocimiento y la verdad a través del saber desinteresado de la Universidad, para transmitirlo a sus compatriotas. Sí, quizá con generosidad copiosa se exalta a alguien que cambió los oropeles de la política de la cual honores excesivos recibió, por el birrete y la toga de la Universidad, que hoy luce con escrúpulo visible pero con satisfacción inocultable.
Por cierto, uno de los que me han precedido en este honor, el francés Jean Dausset, Premio Nobel de Medicina, en su discurso de agradecimiento en 2002, prevenía frente a las amenazas de la humanidad contra su propia existencia. Estas amenazas son enormes, decía: deforestación, desertización, esterilización de las tierras, cambio climático, penuria de agua dulce, tasa terrible de extinción de especies vivas, agotamientos de los recursos fósiles de energía, petróleo y gas, y ello sin contar con la locura de los hombres como las guerras atómicas o biológicas".
Excelentísimo Rector, distinguidos doctorados, amigas, amigos:
Desde los presocráticos, muchas veces se ha dicho que el más elevado orgullo del ser humano es contribuir de algún modo a mejorar el universo. Así lo hace la Universidad Politécnica de Valencia que forma técnicos para cambiar el mundo, en zonas como Colombia en donde todavía estamos juntando las aguas para producir energía eléctrica o separándolas para fertilizar nuestras tierras de secano. Es decir, dando forma al futuro, según la bella expresión de la Princesa Muna Al Hussein de Jordania al recibir esta misma investidura.
Exaltados por el honor que nos otorga la Universidad, que desde ahora lo es nuestra, cantemos agradecidos como lo hacían los estudiantes en la Edad Media:
Gaudeamus ígitur...
Vivat Academia,
Vivant profesores.
Alegrémonos pues...
Viva la Universidad,
Vivan los profesores.