Doctor Honoris Causa por la Universidad Politécnica de Valencia. Investido el 11 de octubre de 1991
Cuando un economista recibe el honor de ser investido con el título de "Doctor Honoris Causa", éste no debería considerar dicho honor como un reconocimiento de su propio valor académico.
Basándome en mi experiencia creo que, más bien, deberíamos adjudicar este honor al Arte y a la Ciencia de la Economía.
Con esta idea en mente, me siento feliz al expresar mi agradecimiento en esta importante ocasión. España tiene una antigua tradición en la disciplina de la Economía Política, Disciplina que América puede muy bien envidiar ya que sólo desde 1935, los Estados Unidos han avanzado hasta conseguir su actual importancia en el campo de la Economía y de la Historia Económica.
Cuando comencé mis estudios, hace unos sesenta años en la Universidad de Chicago, los trabajos que leíamos eran fundamentalmente de autores británicos. Ya conocen sus nombres: John Maynard Keynes, Alfred Marshall, A.C. Pigou, John R. Hicks y muchos otros. Actualmente, para los estudiantes españoles o japoneses que desean estudiar Economía y para los licenciados e investigadores de todo el mundo, La Meca es Cambrigde, Massachussets o Standford, California, antes que Oxford o Cambridge (UK). La próxima generación de líderes en el campo de los negocios, probablemente pasará una temporada en las Escuelas de Ciencias Empresariales de Wharton o de Harvard.
¿Por qué estos cambios? ¿Y es cierto que la Economía se merece la admiración que actualmente recibe? Compartiré con ustedes algunas ideas y experiencias relacionadas con estas cuestiones.
Fue Thomas Carlyle quien dio a la Economía el nombre de "Ciencia lúgubre". Eso fue en el siglo XIX, cuando los vecinos escoceses de Carlyle solían tener familias con muchos hijos y la creciente población llenaba el escaso suelo, más allá de los límites de la Ley de los Rendimientos Decrecientes. La vida en aquellos tiempos era verdaderamente horrible, corta y brutal. Hoy, cuando ustedes y yo miramos hacia el siglo XXI, la perspectiva es cualquier cosa menos tétrica, gracias a la riqueza producida por la Ciencia e Ingeniería post Newtonianas.
Las expectativas de vida han aumentado prácticamente en todo el mundo. Los niños nacidos hoy en España pueden esperar vivir, por término medio, ocho décadas - más allá de los 70 años bíblicos. Y serán años de alto nivel de vida, más allá de lo que Adam Smith o Karl Marx pudieron soñar.
Podemos garantizar que la Economía ya no es una Ciencia lúgubre. ¿Pero tenía razón Carlyle al llamar a la Economía una Ciencia? El físico, el astrónomo, el biólogo molecular y el cardiólogo pueden enorgullecerse de la exactitud y el rigor de sus disciplinas. ¿Cómo nos atrevemos nosotros, los economistas, a pretender un dominio similar de los hechos y principios de la Economía Política?
Creo que las disciplinas económicas ha avanzado mucho en el último medio siglo. Pero si he de ser franco con ustedes, debo admitir- mejor dicho, debo insistir en que la Economía se encuentra a mitad de camino entre el Arte y la Ciencia.
Conozco y utilizo muchas matemáticas superiores. Mis alumnos tienen mágicos ordenadores electrónicos y emplean los más intrincados métodos econométricos. Sus bases de datos son cien veces más completas que las empleadas por la generación de mis profesores y, tal vez, la precisión de estas bases de datos se ha duplicado. Pero todavía no podemos estar seguros de cuál será el Producto Interior Bruto de 1992 de España o EEUU. Y todavía continúan los debates acalorados entre un reformista social, como yo mismo, y mi viejo amigo desde hace 57 años, el Profesor Milton Fridman, que es un conservador convencido.
Estamos de acuerdo en muchas cosas, pero no en todo. Los economistas de ahora predicen mejor de lo que solíamos hacer nosotros; pero todavía nos enfrentamos a errores variables. Y, debo insistir, no parece que nuestra disciplina vaya a alcanzar el 100% de precisión en el futuro, siquiera en el más lejano.
En resumen, el economista todavía necesita, en gran medida, de la sabiduría y el buen juicio. El "buen sentido", no es lo mismo que el "sentido común" y es tremendamente difícil distinguir el buen sentido del malo. Por esto, cuando me nombraron Profesor Emérito, tuve que decir, en mi última lección magistral.
Durante toda mi vida, mis enseñanzas sólo han sido correctas a medias. ¡Desgraciadamente nunca pude estar seguro de que mitad era la correcta!
Vivimos en una era de sorpresas. Repentinamente, quinientos millones de personas de la Europa del Este y de Asia se han vuelto contra la ideología comunista. El estudio académico de la Economía no puede dejar de verse afectado por semejantes terremotos políticos. Las inscripciones en los seminarios avanzados sobre marxismo ya están disminuyendo en las más prestigiosas universidades de EEUU. La corriente principal de la Economía -una amalgama de Adam Smith y Keynes- cobra importancia a expensas del Marxismo, Galgraithismo y Sraffianismo. Un cínico diría que los economistas son unos oportunistas que se alistan bajo cualquier bandera que esté actualmente de moda. Y más concretamente, dentro de la corriente principal del pensamiento económico, los paradigmas del "laissez faire" adquieren un atractivo. Friedrich Hayek, Milton Friedman y mi antiguo maestro Joseph Schumpeter reciben actualmente una nueva y más respetuosa atención.
Mi función como aspirante a científico es la de intentar distinguir entre una moda momentánea y la tendencia que va a permanecer durante mucho tiempo. Por tanto, cada año debo reescribir para mí mismo, la "Riqueza de las Naciones" de Adam Smith y Qué Es Lo Que Hace Que Crezca. No es éste el momento ni la ocasión para un discurso completo sobre este tema. Ustedes se dormirían antes de que yo hubiese llegado a la mitad de mi conferencia. En su lugar, voy a recalcar unos pocos puntos que precisan de más énfasis del que habitualmente se les da. Mis afirmaciones serán breves y dogmáticas.
1. Darwin tiene razón cuando afirma que la escasez está siempre a la vuelta de la esquina. Esto puede ser ilustrado por lo que yo creo que es el diagrama más interesante entre los cientos de gráficos de mi libro de texto Economics. Les remito a la página 228 de la 13ª edición inglesa Samuelson/Nordhaus.
El gráfico muestra como los índices de salarios monetarios han crecido dese el año 1250 hasta 1990. No hay nada destacable aquí. Empezando hace 500 años con Colón, el oro y la plata españoles hicieron subir los precios más en todas partes. Ustedes ya conocen esta historia.
Lo que es fascinante es la curva del gráfico que muestra lo que los salarios monetarios pueden comprar. Durante los primeros cinco siglos después de 1250 no observamos ningún progreso en los salarios reales. Solamente observamos alzas y bajas debidas a las grandes plagas y unas pequeñas Edades de Hielo. Después, alrededor de 1750, y empezando en la época posterior a Newton, observamos en todo el mundo algo completamente nuevo bajo el sol: una tendencia creciente de los salarios reales de la gente en general.
¿Cómo pueden explicar Charles Darwin o Robert Malthus un crecimiento, tanto del tamaño de la población como del salario real per capita? No pueden explicarlo. Esto desafía la Ley de los Rendimientos Decrecientes.
Podemos comprenderlo puesto que la vida es una carrera entre los científicos y los Rendimientos Decrecientes. ¿Quién dice que no existe algo parecido a un bocadillo gratis? Los nuevos conocimientos nos proporcionan una producción extra con menos recursos. Nueve de cada diez de nosotros no estaríamos aquí si de verdad no hubiera bocadillos gratis.
2. Independientemente de los nuevos conocimientos técnicos y comerciales, la historia económica muestra que las naciones aumentan su productividad cuando sacrifican el disfrute del consumo actual y desvían recursos para la producción de más y mejores bienes de capital. Una economía de oferta idónea -y yo nunca la confundo con la Reaganomics 1981 y su escurridiza economía de la oferta- demuestra que son los conocimientos nuevos y el nuevo capital -maquinaria, factorías, entrenamiento y habilidades humanas y el saber hacer empresarial- los que crean la riqueza y el progreso de pueblos y naciones.
3. Todavía no he finalizado, incluso aunque mis discursos de hace cuarenta años pudiesen haber terminado aquí. La sociedad produce miles de bienes por medio de millones de personas, a la vez que utiliza varios cientos de miles de artículos que aparecen en los catálogos de los fabricantes.
Puedo escribir las ecuaciones matemáticas que toda economía debe satisfacer si ha de funcionar de forma eficiente y viable y en respuesta a los deseos y necesidades humanas. Pero el escribir esas ecuaciones sólo significa dar un salto de diez pies hacia los miles de millas que hay hasta la luna. Cuando IBM y Cray mejoren sus ordenadores cien veces, mi salto hacia la luna solamente no habrá alcanzado 12 pies!
La burocracia de Franco no pudo hacer el trabajo de una organización económica efectiva. Tampoco pudo hacerlo la Utopía de Lord Bacon. Lenin, en 1917, entre la revolución popular de febrero y la toma del poder en Octubre por los bolcheviques, escribió un libro sobre economía mientras estaba en la clandestinidad. Ingenuamente, Lenin pensaba que una vez el Capitalismo hubiese alcanzado su estado de 1917, los Comunistas sólo necesitarían utilizar la regla aritmética de 2+2=4. Después, todos vivirían felices. El oro, decía Lenin, sería relegado a la producción de asientos de inodoro. La producción de energía eléctrica crearía la democracia. La desigualdad podría ser abolida por decreto.
Hoy, cinco mil millones de personas saben que las cosas no son tan sencillas. Un sistema de precios de mercado, con los beneficios y pérdidas que representan la "destrucción creativa" de Schumpeter, no es un sistema perfecto. Pero puede funcionar, sobrevivir y progresar. Puesto que no me he convertido al Friedmanismo, permítanme la libertad de añadir que una sociedad sana deseará que la mayor parte del Producto Nacional Bruto venga determinada por el inhumano y despiadado mecanismo del mercado. La experiencia demuestra que en EEUU, Japón, Suiza, Suecia y, me atrevo a decir, en España, que los gobiernos democráticos pueden utilizar de un tercio a un cuarto del PNB para rectificar las desigualdades extremas de las rentas personales producidas por los mecanismos del mercado.
Con el fin de mostrar que soy un economista ecléctico y no un fanático, quiero hacer una solemne advertencia que quizás hace cuarenta años no hubiera pensado que fuera necesario hacer.
La experiencia con la economía mixta de la etapa postkeynes indica que cuando el Estado empieza a controlar mediante los impuestos, las transferencias y la regulación, de aproximadamente la mitad del PNB, en este punto, la Economía mixta comienza a ser autodestructiva en cuanto a eficacia, progreso y equidad interpersonal. No quiero ser dogmático en cuanto al valor exacto de la fracción.
Termino con una disculpa. No fue mi intención dar un sermón. Pero la majestuosidad de las ropas que visto me han hechizado y ustedes han tenido que ser un auditorio cautivo.