Doctor Honoris Causa por la Universidad Politécnica de Valencia. Investido el 2 de octubre de 1995
Excmo. Sr. Rector Magnífico;
Dignísimas Autoridades;
Sres. Claustrales;
Señoras y Señores:
Excmo. Sr. D. Rafael Alberti, poeta Rafael Alberti, amigo Rafael Alberti.
Te hemos traído, Rafael, a esta Universidad porque, aunque esclavos del número y devotos del teorema, podemos decir contigo ... ... ... 25, 24, 23, 22, 2 sr, sr2, y ayudarte a descifrar el motivo por el que Alicia pudiera amarte con "esa pena profunda de ecuación de segundo grado". (Supongo que Harold Lloyd era mal estudiante), porque no encontramos paradójico que "un amor puro" -aunque sea "delicadamente idiota"- sea "capaz de hacer llorar a la cuadratura del círculo", y, sobre todo, porque tu circunferencia no redonda era entendida sólo por los topólogos, cuando "5 x 5 no eran todavía 25" y Georgina estaba a punto de alcanzar el "doctorado en la verdaderamente útil carrera de ciclista".
Y sabemos que las paradojas suelen corresponder a deficiencias de un lenguaje esclerótico, que sólo supera la Poesía. Por eso, quería Maiakosky "hacer astillas la vieja lengua, incapaz de galopar al ritmo de la vida".
Queremos reconciliarte con la Aritmética, a ti, definidor del cero como "aro de los profundos barriles en penumbra", y reconocerte Maestro en la más sutil de las álgebras, que ideaste con Bergamín, más tarde, cuando se impuso la pirueta imprescindible del criptolenguaje.
"Equis soy ...Equis eres... Equis fuimos.
Y somos, de repente,
dos equis juntas en el siglo XX".
Nos dijo Pedro Salinas que tus rabonas infantiles te conducían a la más amplia de las aulas, al "colegio del puerto -descolgadas las mayúsculas- escuela de la orilla del mar, enseñanzas gratuitas, día y noche, de la marina".
¡Cuánto aprendiste, en el "mar de Cádiz, el más bello mar..., del mundo, el golfo más rico de poesía sudoeste", como precisó Juan Ramón.
Luego, ya en Madrid, tu lamento -"¿Por qué me desenterraste del mar?-, y la añoranza -la primera añoranza- de la arboleda perdida, que buscaría el único refugio:
"¡El Museo del Prado! ¡Dios mío! Yo tenía pinares en los ojos y alta mar todavía, con un dolor de playas de amor en un costado, cuando entré al cielo abierto del Museo del Prado!"
Antes, de niño, eras "un muchacho capaz de amar a Goya y Zurbarán, de comprender poco después hasta el cubismo...", aunque tía Lola -quizá temerosa de sobresaltos y aventuras- adivinara en ti un Murillo, y no un Goya o un Velázquez.
Y, más tarde,
"Mil novecientos diecisiete. Mi adolescencia: la locura por una caja de pinturas, un lienzo en blanco, un caballete".
Siempre, luego, pintura y poesía. Si "Rafael, con su verso, ha cantado a la pintura", como entendía Vicente Aleixandre, también su pintura es siempre poema inquieto, caligrafía de la vida.
Cuando, ante el tribunal más severo y calificado -Carlos Arniches, Antonio Machado, Menéndez Pidal, Moreno Villa y Gabriel Miró- gana Alberti el Premio Nacional de Literatura en 1925, se abren de par en par las puertas por las que irrumpirá alborozada la alta marea de la poesía, a la que se viene llamando generación del 27, en la que Juan Ramón Jiménez percibe "el fresco fuego juvenil de García Lorca, el noble acento de Pedro Salinas, la perfección lineal de Jorge Guillén..., la sencillez inicial de Dámaso Alonso, preparándose a recibir en su azotea los aires más recientes, que pronto ascenderían con los nombres de Altolaguirre, Prados, Cernuda, Aleixandre...".
A través de la sencillez palpitante de Gil Vicente Alberti va a adentrarse en la mejor poesía tradicional. Seguirá el descubrimiento de Garcilaso.
Pronto estalla -en 1926- el entusiasmo gongorino ante el 3er centenario de la muerte del culterano poeta cordobés, tan injustamente olvidado en los dos siglos anteriores.
A Salinas, Fernández Almagro, Gerardo Diego y Alberti, se unirán Antonio Marichalar, García Lorca, Bergamín, Dámaso Alonso, Jorge Guillén, Alfonso Reyes, Moreno Villa, Hinojosa, Miguel Artigas, Gerardo Diego y Ernesto Halffter (que aporta el álbum musical), en la preparación del homenaje a Góngora, convulsiva efemérides de la poesía.
Pero aquella recuperación gongorina no supuso una mimesis clasicista. Representó, muy al contrario, una liberación, como explica Gerardo Diego: "Hacemos décimas, hacemos sonetos, hacemos liras porque nos da la gana ... La gana es sagrada. Y es lógico, por la misma razón, que los pintores se obstinen en dibujar bien y los músicos en aprender contrapunto y fuga. Pero hay una diferencia con nuestros razonables abuelos del XVIII. Para ellos, la estrofa, la sonata o la cuadrícula eran una obligación. Para nosotros, no. Hemos ya aprendido a ser libres. Sabemos que ésto es un equilibrio y nada más".
Por eso, Rafael, podías decirle a Picasso:
"Eras ya desde hacía mucho
el absoluto escándalo, la pura libertad".
Más de un siglo antes, Goya utilizó la deformación para "estigmatizar la pretensión de sus modelos", en una afirmación de libertad pionera.
Y esa ruptura con el modelo, o mejor, la multiplicación interpretativa del modelo que trae el cubismo en la pintura, adviene a la par de la superación de la geometría euclídea y, en consecuencia, del criterio de verdad, apoyado en los kantianos juicios sintéticos "a priori", en que se sustentaba nuestro edificio geométrico-cosmológico, y se corresponde, también, con esa lección de humildad que supone el principio de incertidumbre de Heisenberg de la Física contemporánea. Surge una disposición mental nueva, liberada de moldes exclusivos. Toda una epistemología que nace... y que configura el siglo XX.
Cuando dices a Picasso:
"¡Oh monstruos, razón de la pintura, sueño de la poesía!"
mostrando tus dos vocaciones entrelazadas, o tu única vocación bicéfala, advierte que también en otras parcelas tenemos monstruos que nos sobrecogen, desde los de Cantor y Peano a la geometría fractal de la Naturaleza, por ejemplo.
Si en tu Colegio del Puerto - cuando huías del latín y la aritmética- hubieras sabido que la Matemática alberga unos monstruos o quimeras, figuras intermedias entre puntos y líneas, líneas y superficies, o superficies y volúmenes, y que sus nuevas estructuras son monstruos emparentados con la pintura cubista y la música atonal, te habrías aficionado quizá a estas magias. Pero incubabas otros portentos, aunque -comprensivo- dispusieras
"Vírgenes con escuadras y compases, velando las celestes pizarras"
y completaras el cobijo poético a la desparramada geometría con el necesario "ángel de los números".
Derivaste hacia el único ruedo indeformable, hasta estar a punto de ser torero en el año 27, sin detenerte ante la reprimenda de Juan Ramón: "Me he enterado que Alberti anda con gitanos, banderilleros y otras gentes de mal vivir", a lo que añadía el augurio de tu perdición, que no llegó, claro.
Llegaron otras cosas.
Los nuevos temas "que andaban golpeándole las sienes", despierto ya el entusiasmo por Góngora, inspiran "Cal y Canto", donde es máxima la exigencia de perfección.
Y llega la incorporación de Alberti a un universo nuevo con la "Elegía Cívica", en 1930, que convierte a Azorín en profeta. En efecto, adivinó que pueblo y naturaleza serían para siempre, inseparables, el necesario punto de apoyo de la vida y obra de Rafael.
Por las mismas fechas, desde aquel esperanzador laboratorio y taller abierto que fue la Residencia de Estudiantes de Madrid, dirás adiós a Federico, que deja mudo "el piano de sus canciones", "aquel Pleyel de los años felices", para abrir a su poesía, en Nueva York, "un extraño paréntesis de confusión y sombras", precursor de su anonadamiento último, en Granada, pocos años después.
Ya era inminente "el poeta en la calle", que arrastrará pronto enfervorizada compañía, antes de que la historia irremediable quedara escrita, antes de que multitudes identificadas con tu voz, Rafael, encontraran "detenido reloj, paralizada hora en el llanto, el odio y la condena".
Para ti, empezó en 1939 la amargura sin fin del "español del éxodo y del llanto", como diría León Felipe, tu vida bilingüe, al principio y al final, con un largo intermedio en idioma español trasatlántico. En ese interminable caminar, ¡cuántos "retornos de lo vivo lejano"! Muy lejos, "La arboleda perdida", en pérdida, por fortuna, provisional, aunque dilatada en el tiempo, pues volviste a tu mar y volviste a tu tierra, reencontraste los azules y blancos del Puerto de Santa María y el vivo recuerdo y el agradecido homenaje de nuestras gentes, que hoy se particulariza en el de esta Universidad, honrada y distinguida con tu presencia.
Rafael: En el paseo que en este Campus llevará tu nombre, plantaremos un mirto para universalizar nuestros saberes.