Doctor Honoris Causa por la Universidad Politécnica de Valencia. Investido el 4 de mayo de 1990
Muy Honorable Señor,
Excelentísimos y Magníficos Señores,
Excelentísimos Señores,
Señores Claustrales,
Señoras y Señores:
Cúmpleme una extraordinaria y difícil misión: glosar la personalidad, tanto humana como intelectual y profesional, de alguien tan admirado y tan querido. Trece años de convivencia, casi diaria, con Vicente Aguilera Cerní han supuesto para mí una importantísima experiencia, hasta el punto de poder afirmar que mi formación intelectual en el ámbito de la cultura artística se ha ido forjando, paso a paso, junto a este hombre eminente, de quien me siento orgulloso discípulo.
Es por ello por lo que me honra, en estos momentos, proseguir las palabras del Ilmo. Sr. Decano de la Facultad de Bellas Artes, quien inició el proceso que hoy culmina en este acto solemne de investidura. Propuesta de nombramiento de doctor "honoris causa" que con el voto unánime de la Junta de Facultad se elevó a la Junta de Gobierno de la Universidad Politécnica de Valencia, en cuyo seno -y también por unanimidad- fue rubricada tal proposición. Debo decir, en honor a la verdad, que esta investidura de doctor "honoris causa" por la Universidad Politécnica de Valencia ha sido recibida por Vicente Aguilera Cerní con alto agrado, por lo que tal galardón encarna de reconocimiento en el marco universitario valenciano de su trayectoria intelectual y profesional.
Permítaseme que antes de pasar a comentar, con la brevedad que el caso requiere, la prolífica obra de Aguilera Cerní, me detenga un instante en señalar un dato biográfico, de por sí suficientemente elocuente. Corría el año 1937. España estaba sumida en plena guerra civil. El adolescente Vicente Aguilera, de diecisiete años de edad, se afilia a las Juventudes Socialistas Unificadas y, dejando atrás familia, amigos, estudios y comodidades, se marcha al frente. En Madrid se ocupará de dirigir una revista combativa cuyo título es "Trincheras". Aquí tenemos ya, plenamente definido, al Aguilera ulterior: un intelectual comprometido, al servicio de la libertad y del progreso, que hará suyas -años después- las palabras del profesor Tierno Galván: "No hay socialismo sin revolución. No hay revolución sin moral personal...".
La experiencia bélica le ha grabado su especialísimo sello. Vuelto a su ciudad natal, Valencia, y quebrantada su salud, una larga convalecencia le permitirá cultivar, obsesivamente, su afición por la lectura. Le interesa el arte de los "primitivos" valencianos, y con el apoyo de D. Felipe María Garín y Ortiz de Taranco y D. Leandro de Saralegui se vuelca en su vocación medievalista. A esta época corresponden sus aproximaciones histórico-artísticas sobre Jacomart -entre otros pintores valencianos del Medioevo-, y los estudios dedicados a tratar la personalidad y la época de Vicente Ferrer. Pero él está llamado por el tiempo histórico que le ha tocado vivir, y pronto reconduce su actividad intelectual hacia la compleja problemática de la cultura artística contemporánea. Parece haber escuchado las palabras de Marc Bloch: "El historiador debe estar allí donde está la carne humana...". Y a esta nueva empresa se lanza, decidido.
En esta línea de investigación, sus primeros trabajos se centran en el apasionante campo de la aventura creadora, resaltando rasgos definitorios de eminentes representantes de la cultura literaria y plástica. Ensayos que versan sobre Thomas Mann (el oficio y el demonio), El Greco (la pasión), Espronceda (el sentimiento), Maurice de Vlaminck (la rebeldía), Marcel Proust (la paciencia), Rainer María Rilke (la soledad) y Vincent van Gogh (la demencia). La aventura creadora, junto con Introducción a la pintura norteamericana y Arte norteamericano del siglo XX, constituyen los tres primeros libros de Aguilera Cerni, a los que seguirán otros hasta alcanzar la cifra de cuarenta y seis, alguno de ellos traducidos a varios idiomas. De entre esta vasta producción bibliográfica es necesario subrayar algunas obras fundamentales, como Arte y Libertad, Panorama del nuevo arte español -que publicado en 1966, es hoy obra de obligada consulta-, Ortega y d'Ors en la cultura artística española, El arte impugnado, Iniciación al arte español de la postguerra, Arte y popularidad -por el que su autor manifiesta una especial estima-, Posibilidad e imposibilidad del arte, Documentos y testimonios, Arte y compromiso histórico, Textos, pretextos y notas. Escritos escogidos (1956-1987), etc.
A lo largo de su dilatada obra, un amplio abanico de temas se ofrece al lector y al estudioso. Momentos y figuras de la historia del arte -Tell-El Amarna, Rafael de Urbino, Leonardo da Vinci, Velázquez, William Morris...-. Cuestiones y temas candentes -el problema social en el arte abstracto, libertad y alienación, arte y libertad, técnica e ideología, arte e insurrección estudiantil, la "crisis" del arte, el "arte" y el "artista", la crítica de arte, lo ilusorio en el arte, artesanía y diseño, la estética en la calle, el arte popular, las artes aplicadas, el arte tecnológico y la semiología gráfica, las nuevas técnicas de la imagen...-. Revisiones de momentos históricos y problemas del arte en la presente centuria -la "desestalinización" del arte socialista, el surrealismo, el arte conceptual, la transvanguardia, la postmodernidad...-. Análisis de trayectorias y aportaciones de renombrados artistas extranjeros -Raoul Dufy, Paul Signac, Max Beckmann, Frank Lloyd Wright, Willem de Kooning, Emilio Vedova, Lucio Fontana, Max Ernst, Man Ray, Gérard Schneider, Eduardo Paolozzi, Roberto Matta, Wolf Vostell...-. Incursiones en las poéticas plásticas de las figuras más sobresalientes del panorama español -Pablo Picasso, Manolo Millares, Jorge de Oteiza, Lucio Muñoz, Antoni Tàpies, Ángel Ferrant, Rafael Zabaleta, Gerardo Rueda, Hernández Pijuán, Equipo 57, Manuel Viola, Rafael Canogar, Modest Cuixart, José Caballero, Fernando Somoza, Orlando Pelayo, Juan Barjola, Alberto Sánchez, Lorenzo Frechilla, Pablo Gargallo, Vázquez Díaz, Vaquero Palacios, Joan Miró...-. Y, ¡claro está!, su penetrante juicio crítico sobre la obra de valencianos históricos y contemporáneos -Ignacio Pinazo, Joaquín Sorolla, Juan Bautista Porcar, "Tonico" Ballester, Manolo Gil, Eusebio Sempere, Juana Francés, Salvador Soria, Anzo, Amadeo Gabino, Juan Genovés, Joaquín Michavila, Manuel Boix, Rafael Armengol, Antoni Miró, José María Yturralde, Ramón de Soto...-, y otros muchos.
De entre sus monografías sobre determinados artistas plásticos, debe resaltarse tanto su inestimable trabajo sobre el escultor Julio González -obra no superada-, como el dedicado al eximio pintor valenciano Ignacio Pinazo.
La significación de Vicente Aguilera Cerní en el ámbito de la cultura contemporánea tiene, en mi modesta opinión, dos vertientes claramente definidas: la valenciana -que se extiende al resto del solar español- y la internacional.
He citado algunas de sus publicaciones sobre temas, problemas y artistas valencianos. Cabría añadir a ello su presencia en el terreno de la cultura valenciana liderando grupos y movimientos artísticos de indisimulado talante renovador. Haber sido el principal teórico y animador de grupos tales como "Parpalló" (1957), "Crónica de la Realidad" (1964) y "Antes del arte" (1968), todos ellos promovidos y alentados contra las modas al uso y contra corriente -pues no será necesario explicar ahora las dificultades que el régimen de Franco planteaba a estos aires de modernidad-, le supuso, obviamente, contrariedades y vejaciones que quizá, ahora, no vengan al caso. Pero habrá que proclamar en alta voz que sin hombres tan preclaros y de tan firmes convicciones, como es el caso de Aguilera, Valencia no hubiera podido salir de aquel marasmo de ignorancia y oscurantismo.Imaginémonos, si no, el revulsivo que en sí portaban revistas, por él dirigidas, como "Arte vivo" o "Suma y sigue del arte contemporáneo", nacidas en el medio hostil de nuestra Valencia de los años cincuenta y sesenta.
O, más aún, el fundar un Museo de Arte Contemporáneo -con toda intención denominado "Popular"- en la pequeña localidad de Villafamés, en el año 1970, cuando -todavía- términos como los de "arte contemporáneo" eran sospechosos de cultura, de vanguardia, de denuncia del yermo paisaje del franquismo. Un museo -este de Villafamés- que sólo sería inaugurado oficialmente, por voluntad manifestada por el propio Aguilera, cuando en España nos diéramos una Constitución democrática y los valencianos hubiésemos sellado nuestra diferenciación como pueblo con el Estatuto de Autonomía.
Pero no insistiré en estas cuestiones de cariz local -amén de significar la importancia de la Historia del Arte Valenciano, obra colectiva, de gran envergadura, que él dirige-, pues entiendo que, ante todo, Aguilera Cerní "es un verdadero ciudadano del mundo", retomando las palabras de su maestro Giulio Carlo Argan.
En efecto, su dimensión internacional es aún más notoria y trascendente. Su firma ha venido estando presente en prestigiosas publicaciones periódicas de Roma, Turín, Milán, Venecia, París, Atenas, Praga, Sao Paulo, Buenos Aires, Caracas, etc. Ha participado en múltiples congresos, entre otros los celebrados en Rímini, Helsinki, San Marino, Munich, Venecia, Sao Paulo, Roma, Lausana, Milán, etc., junto a personalidades de renombre universal, como Jean-Paul Sartre, Pablo Neruda, Ilya Ehrenburg, Miguel Ángel Asturias, Lionello Venturi, etc. Ha formado parte de numerosos jurados internacionales, como los de las bienales de Venecia, Alejandría, San Marino, Medellín, Sao Paulo, la Trienal del Japón, ... en compañía de ilustres personalidades de la crítica de arte, como Giulio Carlo Argan, Pierre Francastel, Pierre Restany, Umbro Apollonio, Alberto Sartoris, Eduardo Westerdahl, René Berger, Gillo Dorfles, Jorge Glusberg, Lamberto Pignotti, Herbert Read, Zdzislaw Kepinky, Nello Ponente, Giuseppe Marchiori, Rosario Assunto, etc.
De entre sus premios y galardones internacionales, merece especial mención el "Primer Premio Internacional de la Crítica", por la XXIX Bienal de Venecia, concedido en 1959. Con tal motivo diría Argan que "todos los países envidian a España el tener un crítico de arte como Aguilera". Asimismo, le fue otorgada, en 1962, la Medalla Premio Especial de la "Academia dei 500" de Roma y, en 1965, la Medalla de Oro de la Presidencia del Consejo de Ministros de Italia, "por los múltiples méritos contraídos en el campo de la cultura artística contemporánea", en el Convegno Internazionale Artisti, Critici e Studiosi d'Arte. Y otros muchos reconocimientos que sería excesivamente prolijo enumerar.
Vicente Aguilera Cerní es -si tuviéramos que definirlo con dos simples rasgos- un escritor, crítico de arte.
Desde un punto de vista literario el conjunto de su obra rezuma claridad -frente al socorrido cripticismo de quienes no tienen las ideas demasiado claras-, como si hubiese hecho propio el consejo cervantino: "Llaneza, muchacho, no te encubras que toda afección es mala"; y es que Aguilera escribe con la preocupación de que le entiendan. Sus escritos son portadores de una elegancia de ascendiente clásico, más proclive a la síntesis conceptista que a los excesos barroquizantes o culteranos.
Como crítico de arte -tarea en la que Jorge de Oteiza ha destacado su "rigor científico", su "penetración" y "la atención con que se sigue el proceso del pensamiento creativo"-, su oficio, con la autoimpuesta vocación de crear y servir, ha tenido siempre presente la interdependencia y unidad de sentido en un momento dado, aliando conceptos tales como tiempo, espacio, hombre e historia. Para Aguilera, el arte, hijo de la vida, "es también un producto dialéctico y conflictual, crucificado entre la dimensión vertical de la historia y la horizontal de la sociedad". Su crítica es una "crítica de los contenidos": estudiar, captar, explicar e investigar, no sólo el significado profundo de determinadas actitudes humanas, sino condición de datos para entender el mundo en que vivimos. Crítica que, en su propia entidad constitutiva, implica el reconocimiento de ciertos valores, el ejercicio de una estimativa y la actuación de una axiología; axiología que no puede prescindir de la vida, ni eludir la historia, que es el ámbito de su realización.
El reconocimiento en su propia tierra a esta ingente labor como escritor, historiador y crítico de arte, llegaría por fin. Y así, en 1989, se le concedía el Premi de les Lletres de la Generalitat Valenciana "en atención a la importancia de su labor como ensayista y crítico, a la diversidad de sus publicaciones en relación con el estudio, divulgación y promoción de la cultura y el arte, así como por su proyección internacional". Es más, me atrevería a decir que Aguilera ha sabido -lo que es harto difícil- conjugar, a la hora de plasmar sus ideas en un texto, tres niveles temporales tan indisociables como dialécticos: el sentido de la memoria histórica que converge en un momento dado, la consideración global de los vectores culturales que definen cada momento-gozne entre el ayer y el mañana, y la conciencia de responsabilidad para con los tiempos venideros. Ese saber diseccionar parcelas de la realidad, siendo a la vez recipiendario del poso cultural pretérito, hombre de su tiempo, y escudriñador y vate de lo que aún no es, le confieren una singularísima caracterización.
Pero la obra de Aguilera Cerni no está rematada. La presencia pública de este intelectual nacido en 1920, en la valenciana calle del Mar, es bien patente, a tenor de sus responsabilidades actuales: es Vice-Presidente del Consejo Valenciano de Cultura, Presidente de la Asociación Española de Críticos de Arte, Presidente de Honor de la Asociación Valenciana de Críticos de Arte, Director-Fundador del Museo Popular de Arte Contemporáneo de Villafamés, Director de la revista de arte internacional "Cimal", Académico correspondiente de la Real Academia de Bellas Artes de San Carlos de Valencia y Miembro Societario de la Asociación Internacional de Críticos de Arte.
Creo no equivocarme al afirmar que el gran mérito de Aguilera Cerní radica no sólo en haber ido sentando sólidos pilares para una "edificación" de la cultura artística valenciana y española conectada con el ámbito internacional -cosa que, en sí, ya sería suficientemente meritoria y digna de agradecer-, sino, muy especialmente, en haber intuido lúcidamente el futuro.
El futuro. Ya está dicho. Éste es el tema predilecto del soñador, del espíritu crítico, vanguardista, moralista y utópico que es Vicente Aguilera Cerní. Este hombre honesto y cívico que continúa creyendo que "lo más hermoso es pretender lo imposible", al tiempo que se lamenta de que "en nuestra época se ha perdido, en gran parte, la voluntad de incidir en el futuro". Precisamente de la utopía, el futuro y el tiempo trata el libro en el que se halla ocupado en la actualidad; obra que esperamos, expectantes, aquellos que sabemos de su capacidad para sembrar luz, incluso fuera de la oscuridad.
El futuro, sí..., y la ética. Porque su figura moral, "ejemplo de dignidad, de coherencia, de valerosa firmeza...", como ha sido retratada por su maestro Argan, nos sirve hoy de señal, magisterio y autoridad.
Hoy, la Universidad Politécnica de Valencia, al nombrar Doctor de Honor a este hombre sencillo, tímido y tierno, que repudia -desde su sabiduría- la pedantería y la autocomplacencia, está dando prueba fehaciente de espíritu hondamente universitario.
De iustitia est.
Gaudeamus omnes.