Doctora Honoris Causa por la Universidad Politécnica de Valencia. Investida el 19 de enero de 2005
Excelentísimo Señor Rector Magnífico
Excelentísimos Sres. Doña Amparo Rivelles y Don Luis Blanes
Dignísimas autoridades
Señoras y Señores miembros de la comunidad universitaria
Señoras y Señores
Es un inmenso honor el que la Universidad Politécnica de Valencia me confiere al invitarme a pronunciar estas palabras a modo de Laudatio de la Excelentísima Señora Doña Amparo Rivelles Ladrón de Guevara con motivo de su investidura como Doctora Honoris Causa. A través de este acto esta Universidad otorga a Amparo Rivelles el mayor de sus honores académicos, haciéndose eco así del sentir que manifestó en su día la Escuela Técnica Superior de Gestión en la Edificación.
Esta Escuela apadrina por primera vez, en su breve historia como Escuela Superior, el nombramiento de un Doctor Honoris Causa por esta Universidad. De breve historia como Escuela Superior pero de dilatada y rica historia en la tradición de la Arquitectura Técnica, esta Escuela propone ahora reconocer con tan alta distinción académica la trayectoria personal y profesional, artística, en definitiva, de la señora Amparo Rivelles. En esta Escuela se ha vivido siempre cerca del teatro. Profesores, alumnos, trabajadores de la Escuela han mantenido viva la tradición escénica mediante su trabajo en un grupo estable de teatro. Muchas de las personas que han participado en la historia de esta Escuela, de la de antes y de la ahora, se encuentran hoy aquí presentes, compartiendo con todos nosotros el placer de haber contribuido al reconocimiento que esta Universidad hace de una personalidad con tan marcada y profunda repercusión en las artes escénicas, aquí, en nuestras tierras y, en igual medida, fuera de ellas.
Desde esta Escuela, desde la tecnología, desde la Arquitectura, desde la construcción, la técnica y la ciencia, desde esta Universidad Politécnica, se propone nuevamente un Doctorado Honoris Causa en el campo del Arte y, esta vez, en una de sus más antiguas manifestaciones, en el Teatro. Técnica y Arte, dos mundos que han corrido paralelos durante gran parte de su historia, y que posiblemente se diferenciaron en el último siglo más de lo debido, se encuentran de nuevo en este momento, en este acto de investidura. Y se encuentran a través de su protagonista, Amparo Rivelles, muy próxima a nosotros, a esta tierra y muy próxima también en nuestra memoria y en nuestros recuerdos.
Y es esta proximidad la que va a estar muy presente en estas líneas, porque es muy posible que Amparo Rivelles ya ostente todos los reconocimientos a su trayectoria artística en la escena. Valga una muestra. Le han sido otorgados el Premio Nacional de Teatro, el Premio GOYA y el María Guerrero, entre otros muchos y le fueron concedidas las medallas de Oro de las Bellas Artes y al Mérito en el Trabajo. Todos estos premios y distinciones testimonian con absoluta evidencia la dimensión, el alcance y la magnitud, de la figura artística y profesional de Amparo Rivelles. Pero ahora me interesa destacar esa proximidad con la que la sentimos todos los que ahora nos encontramos participando en este acto. Por ello, voy tan sólo a esbozar algunos retazos de su trayectoria artística y de su dimensión humana.
Si un primer rasgo de su personalidad artística tuviera que ser destacado, lo sería probablemente su permanente búsqueda de nuevos horizontes interpretativos, su constante y vigilante evolución artística desde las fuertes raíces que le han ligado al mundo del teatro. No ha sido ajeno a esta vocación su claro linaje escénico; los abuelos de Amparo fueron Jaime Rivelles y Amparo Guillén, y sus padres, Rafael Rivelles y María Fernanda Ladrón de Guevara. Sabemos que, desde muy pequeña, acompañaba a su familia en sus giras teatrales y también sabemos que debutó en la escena cuando sólo contaba trece años. Desde entonces, desde siempre, por lo tanto, ha trabajado en la escena y ha trabajado además dando a la escena una dimensión propia, una forma exclusiva, permanente, y en todos sus ámbitos, en el teatro y en el cine y, últimamente, en la televisión.
Recordamos a Amparo Rivelles como la actriz que, desde su debut cinematográfico en 1940, con Mari Juana, marcó una decisiva etapa en el cine español de la postguerra inmediata. Fue la época de CIFESA, de esas grandes producciones, espectaculares éxitos de taquilla, la época de El clavo, de Eloísa está debajo de un almendro y de Calle sin sol, bajo la dirección de Rafael Gil o de películas como Los ladrones somos gente honrada, con Ignacio Iquino como director, o de Alba de América, de Juan de Orduña, y El Indiano, de Fernando Soler, la época de esas películas en blanco y negro que contribuían a dar algo de luz al entristecido momento en gris por el que atravesaba este país. Amparo Rivelles supo hacerse entonces con el público de la época; su imagen, elegante, de serena belleza, de evidente fuerza dramática, podría considerarse como uno de los iconos culturales de ese momento. Culturales, en su más noble acepción, porque Amparo supo también, en todas sus obras, trasladar a este momento todo el valor de la representación teatral en su sentido más clásico, en su sentido histórico, en el sentido que su formación teatral le demandaba.
Esta permanente inquietud, esta vocación dramática en continua evolución sólo puede ser posible, sólo puede ser entendida, desde una profunda coherencia y honestidad personal y profesional. A Amparo Rivelles, como a algunos otros actores y actrices, le debemos el reconocimiento por el rigor y la seriedad con que, insistentemente, han abordado la tarea de hacer presente la fuerza de la representación teatral, la fuerza del símbolo, de la imagen, la fuerza comunicativa del gesto, la fuerza del lenguaje, de las palabras y de los silencios. Esta tradición teatral clásica, muy fuerte en España, ha podido así mantenerse viva hasta la actualidad.
Esta misma honestidad personal, su valentía en la asunción de nuevos ámbitos y exigencias condujo a Amparo Rivelles a prolongar una breve estancia en México a lo largo de, aproximadamente, veinticuatro años. En ese tiempo continuó con su actividad cinematográfica trabajando con directores como Luis Alcoriza o Roberto Gavaldón en películas como Presagio, La Madrastra o La Playa Vacía. Su filmografía en esta época es muy extensa y quizás sea también la menos conocida por el público en España. En México desarrolló igualmente una importante actividad teatral, con montajes de autores españoles, como es el caso de La Casa de Bernarda Alba, bajo la dirección de Gustavo Alatristre. Pero, además, en esta época Amparo amplió su lenguaje escénico con su trabajo en diversas series escritas para televisión, mostrando así nuevamente la potencia y versatilidad de su presencia interpretativa.
Su maestría en este medio se plasmó en la gran acogida que obtuvo con su participación en la serie de Televisión Española Los gozos y las sombras, adaptación de la trilogía de Gonzalo Torrente Ballester, allá por 1981. Dicen sus biógrafos que este éxito impulsó, al menos profesionalmente, su regreso a España. Sea así o no, o sea quizás por su éxito en la representación teatral de la obra Hay que deshacer la casa, de Sebastián Junyent y su posterior adaptación cinematográfica a cargo de José Luís García Sánchez, por la que se le concedió el premio Goya, lo importante es que Amparo Rivelles decidió entonces seguir trabajando entre nosotros.
Y lo siguió haciendo en todos los medios. Recordaremos aquí su trabajo en televisión, en inolvidables obras como El caso de la mujer asesinadita, de Mihura, o su interpretación de Doña Paula, en La Regenta, de Clarín, dirigida por Méndez Leyte, en 1.994. Siguió también trabajando en cine, con directores como José Sacristán, en Soldados de plomo, Josefina Molina, en Esquilache o Gerardo Vera en Una mujer bajo la lluvia. Pero ha sido en el teatro donde Amparo Rivelles ha desempeñado su principal trabajo en la escena en estos últimos años. Desde obras tan clásicas del repertorio español como pueden ser Fuenteovejuna, El Alcalde de Zalamea o La Celestina, hasta piezas tan representativas del teatro moderno, como son La loca de Chaillot, de Jean Giradoux, o Paseando a Miss Daisy, de Alfred Uhry, por citar tan sólo dos de sus trabajos más recientes, Amparo ha abordado en este tiempo todo tipo de obras y trabajado con directores teatrales de la envergadura de Adolfo Marsillach, Luis Olmos o Juan Carlos Pérez de la Fuente.
En definitiva, y este esta ha sido la intención con la que he expuesto estas limitadas notas biográficas, estamos ante toda una vida dedicada al Teatro. Una vida difícil, la de Amparo, porque difíciles fueron los tiempos en los que tuvo que vivirla, y difícil era mantener viva la tradición escénica que conoció desde su infancia. La coherencia, el rigor interpretativo, la seriedad en la transmisión del teatro clásico han sido una constante en la evolución artística de Amparo Rivelles. Ha sido esta una evolución valiente, decidida y audaz, que le ha permitido, en suma, dejar la huella de su talento interpretativo en múltiples escenas, circunstancias, tiempos y lugares. Esta huella va a ser, ya lo es, indeleble.
Y, por ello mismo, la Universidad abre con este acto sus puertas a Amparo Rivelles. Quiere testimoniar con ello que conoce y valora su esfuerzo por mantener viva la tradición escénica en nuestro país en esta nuestra historia reciente. Al distinguirla con esta investidura estamos honrando al Teatro en sí mismo, en sus más claras esencias y tradiciones, al Arte escénico, en definitiva. Y también, está afirmando la Universidad su compromiso, el de siempre, con uno de los más importantes valores sobre los que se cimienta nuestra cultura contemporánea. Que sirva entonces este acto para que la presencia viva del Teatro se nos muestre cada vez más cercana.
Así pues, considerados y expuestos todos estos hechos, dignísimas autoridades y claustrales, solicito con toda consideración y encarecidamente ruego que se otorgue y confiera a la Excma. Sra. Doña Amparo Rivelles el supremo grado de Doctora Honoris Causa por la Universidad Politécnica de Valencia.