Doctor Honoris Causa por la Universidad Politécnica de Valencia. Investido el 3 de junio de 1997
Para algunos de nosotros, estoy seguro, el acto de hoy no es sólo un acto de alegría por conferir el honor de doctor honoris causa a los relevantes méritos de D. Darío Maravall. Para algunos de nosotros, para mí lo es al menos, hoy es un día no euclidiano. Sin condiciones, sin referentes, sin asideros, como si uno estuviese viviendo en los espacios de D. Darío, sin métricas, innormados, sin ángulos y sin productos escalares.
De espacios de Hilbert para arriba según se mire.
D. Darío es un hombre sabio. Ser sabio significa ser también humilde. Aunque algunos humildes son sólo buenas personas. D. Darío además es sabio, es decir, es capaz de escuchar, o de leer, en el aire el diálogo que tienen las ideas.
Para los demás mortales
Los aires llevan mentiras
Y quien diga que no miente
Que diga que no respira
Dice el cantar popular. Para los hombres sabios los aires llevan diálogo de ideas. Hace más de treinta años, D. Darío ya había producido ciencia suficiente para ocupar lugar privilegiado en el trono de las mentes preclaras.
Yo he admirado muy de cerca la vida y obra de D. Darío Maravall. Él ha influido decisivamente en mi vida. Es el responsable directo de que yo les hable hoy. Estuvo en mi tribunal de oposición cuando saqué la cátedra en la universidad de Santander y también estuvo en el tribunal de la oposición, cuando saqué la plaza en la Universidad Politécnica de Valencia.
Poseo casi toda su obra y la he estudiado hasta donde mi pobre talento me ha permitido llegar.
D. Darío nunca ha sido sabio oficial de ningún régimen, ni sabio oficioso de ninguna asamblea, ni sabio mimado de ninguna corte.
De ahí mi situación no euclidiana de casi no entender lo que ha pasado. Porque ha habido riesgo razonable de que una de las más maravillosas, probablemente una de las diez más preclaras, mentes que nunca haya habido en la historia de España, pase desapercibida en el cenit de su vida.
No entiendo que métrica lo permite, que geometría lo tolera. Sólo entiendo que aquí, en la Universidad Politécnica de Valencia, podemos llenar nuestro corazón con la alegría de rendirle un homenaje de admiración y respeto a uno de los más grandes valencianos y hombre de ciencia que haya existido nunca.