Doctor Honoris Causa por la Universidad Politécnica de Valencia. Investido el 14 de mayo de 1993
Política, Derecho y Técnica han venido hoy a esta Universidad por invitación de su Rector y de su Claustro, a quienes agradezco el honor que me hacen permitiéndome vestir la toga de Doctor como padrino de mi viejo amigo y correligionario Emilio Attard.
Me parece un acierto que la Universidad Politécnica reciba como uno de los suyos a una personalidad llegada, según el verso de Garcilaso, "del cercano ajeno".
He contado en algún lugar que yo tuve al terminar el Bachillerato, hace casi medio siglo, dudas hondas acerca de mi vocación profesional. Precisamente en aquel verano de 1943 conocí a Manuel Fraga, que hacía su servicio militar en el campamento de La Granja. Y él, a punto de licenciarse en Derecho, me reprochaba mi propósito, aún vacilante, de estudiar Ingeniería de Caminos.
Tú tienes vocación política, y debes estudiar Derecho - me aconsejaba.
Ya entonces me parecía erróneo alojar en compartimientos estancos las Ciencias y las Letras, la Técnica y el Derecho. Y respondía a Manuel Fraga así:
- Ya es hora de que en la política haya más Ingenieros; acaso irían mejor las cosas.
Años más tarde, ya en la Escuela de Caminos, fundé con un par de compañeros de promoción una revista estudiantil que se llamaba Arco. Arco tuvo una vida breve, porque la menguada subvención de la Escuela, que le permitió nacer, fué interrumpida antes del tercer número: al Claustro le habían herido algunos comentarios, ciertamente corteses, candorosos y franciscanos, de los dos primeros números. Yo publiqué en el segundo un artículo con este título arrogante: "El Poder, para los Ingenieros". Sostenía en él la tesis de que una formación ingenieril, atenida a la razón y sujeta siempre a la sanción última de la realidad, podía ser útil para el político. Eran aquellos tiempos de revoluciones pendientes y de ideologías aún no crepusculares y la defensa del pragmatismo parecía una irreverencia. Hoy las tornas han cambiado, aunque no pueda culparse precisamente a los Ingenieros del pragmatismo desenvuelto que anima la vida pública.
Hay una vieja anécdota de Heine que salía de una Conferencia de Hegel y le preguntó a su cochero:
- ¿Sabes tú lo que son las ideas?
Sí señor. Las ideas son cosas que se nos meten en la cabeza.
- "Estás muy equivocado -sentenció Heine-. Según el Profesor Hegel es al revés: las cosas son ideas que se nos salen de la cabeza.
Toda utopía moderna, toda revolución, arranca del idealismo de Hegel. El revolucionario y el utópico quieren que las cosas sean emanaciones de sus ideas. Las cosas se resisten y mucha violencia política de los últimos doscientos años tiene su origen en esa noble pero nefasta actitud.
La Técnica, en cambio, ha sido siempre realista, porque ha tenido que conformar sus ideas a la realidad.
"Sobre el papel, todo se tiene de pie", nos decían en la clase de proyectos. Pero luego hay que construir, y a veces las construcciones que parecían bien proyectadas se caen, dan en el suelo con estrépito y daño.
En estas o parecidas razones fundaba yo mi insolente exigencia estudiantil: el poder, para los Ingenieros. Muy lejos estaba yo de pensar que, treinta años más tarde, vendría a mis manos ingenieriles eso que llamamos poder -y que, como dijo Francoise Giroud, tiene menos de poder que de impotencia.
Hoy los ingenieros estamos aquí para honrar a un político y aún hombre de leyes que estuvo en las altas esferas del Poder. Coincidimos Emilio Attard y yo en aquellos años creadores de la transición, cuando sobre el solar del régimen de Franco hubo que levantar la estructura nueva de la Monarquía Parlamentaria, cuando hicimos la historia que otros iban a administrar, cuando un grupo de hombres, entre ellos Emilio y yo, lo dejamos todo para escuchar la llamada del Rey y la voz de Adolfo Suárez, y nos dedicamos a la tarea de construir la Monarquía Parlamentaria, con tanto fervor, tanto ardor, y tanto candor que no supimos cuajar en un
Partido nuestro esfuerzo, ni defenderlo de las embestidas que nos daban por la derecha y por la izquierda. Aquel tiempo se ve hoy, embellecido también por la distancia, como un tiempo naciente, primaveral, de ilusión y de desinterés, de entrega ilimitada a una tarea histórica; se ve como un tiempo limpio y noble en este al que tanto faltan la nobleza y la limpieza. De ahí la nostalgia de UCD que, precisamente en estos días electorales, invade la prensa, la televisión, las sobremesa de las comidas políticas y hasta las tertulias de café.
Emilio Attard aportó a esta tarea su autoridad, su independencia, su sinceridad, su optimismo.
La corpulencia física de Emilio Attard es una señal externa de su corpulencia moral. Es un hombre que tiene, para decirlo con una metáfora técnica, peso específico. Su persona emana autoridad. Pero una autoridad dialogante, razonable, afectuosa, bien humorada. Pío Cabanillas, tan amigo de Emilio Attard y mío, dijo de él:
- Emilio, tú estás predestinado al pastoreo.
Y tenía razón. Hasta en los pasillos de las Cortes a Emilio Attard se le veía con figura de prócer y, a veces, con una especie de magisterio episcopal.
En algún sitio ha hablado Emilio Attard de la dificultad que en su caso tuvo, inicialmente, el tuteo real; y al leer ese comentario venía a mi memoria el hecho, bien conocido, de que Don Alfonso XIII, que trataba de tú a todo el mundo, trataba de usted a Don Antonio Maura.
Porque conocíamos su autoridad y porque sabíamos que la ejercería con firmeza y con humor, José Pedro Pérez-Llorca y yo propusimos su nombre para presidir la Comisión Constitucional y acertamos plenamente. También fue consideración decisiva en nuestro ánimo la independencia numantina de su carácter. Independencia inseparable de su sinceridad. El propio Emilio cuenta que una vez le dijo Pérez-Llorca: "Tú no habrás gobernado nada, pero a los gobernantes nos has dicho todas las inconveniencias que te han pasado por el cerebro".
De ello doy fe. Y también doy las gracias a Emilio Attard por su sinceridad inconveniente (abro un paréntesis para decir que "sinceridad inconveniente" es una redundancia, casi un pleonasmo); porque se agradece mucho la sinceridad cuando el azar le lleva a uno a lugares encumbrados y sólo escucha en ellos palabras halagadoras e insinceras.
Pero tal vez la cualidad que yo he envidiado más en Emilio Attard sea el optimismo. Tengo tres cuartas partes de sangre gallega en mis venas y como gallego, propendo al escepticismo y a la melancolía. La alegría y la vitalidad que desde el noroeste se atribuyen a los mediterráneos han resplandecido en Emilio Attard hasta en los momentos más difíciles y dramáticos de la dramática y difícil historia de UCD, que el mismo ha contado.
Aunque también hay en Emilio Attard, adornando su autoridad, su sinceridad y su optimismo, una punta de ironía que ilumina y ennoblece su pensamiento y que hacía siempre ligero el yugo de su Presidencia.
Emilio Attard, político y hombre de leyes, toma hoy la toga y el birrete de los Ingenieros y será, a partir de hoy, un Ingeniero más. Ya eran muchos mis vínculos de amistad y de estimación con él: desde ahora nos une un vínculo más, y muy sólido, el de la profesión. Desde ahora le escribiré, como escribo a quienes estudiaban conmigo, diciéndole: querido amigo y compañero. Y ahora mismo, anticipándome al acto formal de la imposición de las Insignias, le digo con afecto y emoción: querido amigo y compañero, enhorabuena.