Doctor Honoris Causa por la Universidad Politécnica de Valencia. Investido el 3 de mayo de 1994
muy honorable señor,
excelentísimo y magnífico rector de la universidad politécnica,
excelentísimos e ilustrísimos señores,
señores claustrales,
señoras y señores:
Aparte de la enorme trascendencia que tienen los cometidos ordinarios de la Universidad, como son la investigación y la formación intelectual, técnica y artística de los que futuramente habrán de seguir impulsando la sociedad hacia metas de pensamiento más elevado, y hagan posible la continuidad de su desarrollo, conviene recordar además que la verdadera grandeza de esta institución radica precisamente en su "espíritu abierto".
Este espíritu abierto es lo que permite integrar en su acervo científico, cultural y artístico las líneas superiores del pensamiento, tanto por las vías de la investigación propia, como por la transformación en pensamiento de toda la experiencia fundamental que fluye en el seno de la sociedad como ente dinámico. Pero no solamente eso: la Universidad recoge, distingue y hace suyos los valores y las aportaciones de los individuos concretos que con su esfuerzo y talento creativo contribuyen al enriquecimiento del saber y, en consecuencia, a la elevación de la dignidad humana.
La Universidad Politécnica viene siendo paradigma de esto que decimos. Así, identificado con el proceder de nuestra Universidad, debo dejar constancia de mi personal satisfacción por el acto de investidura del Excmo. Sr. D. Francisco Lozano Sanchís como doctor Honoris Causa por esta Universidad. Y ello por dos razones: la primera, porque como simple miembro de esta Universidad, me enaltece el nombramiento de una personalidad tan preeminente en el campo artístico; la segunda, por lo honrado que me siento al tener que presentar a un relevante "maestro".
Hay además otro motivo por el que me siento muy complacido y satisfecho con la presente sesión de investidura académica. Consiste en que este momento constituye la culminación de un proceso, cuyo comienzo tiene lugar en el Departamento de Dibujo -al cual pertenezco- y de donde emana originariamente la propuesta de nombramiento. Como quiera que dicha propuesta fue acogida desde el primer instante de su elevación con todo interés por el Excmo. Sr. Rector, deseo dejar constancia de mi gratitud, como asimismo a la Junta de Gobierno por su reconocimiento unánime en la sesión correspondiente.
Sin duda, la Investidura de doctor "Honoris Causa" del Excmo. Sr. D. Francisco Lozano Sanchís es un acontecimiento académico que nos honra a todos por cuanto significa este extraordinario pintor. En su momento aduje que los méritos que concurrían en este insigne artista fundamentaban su propuesta por considerar que sus aportaciones artísticas a la creación paisajística, como descubrimiento trascendente de la realidad, gozaban de un reconocimiento nacional e internacional. Sirvan ahora estas palabras, a modo de proposición, como pórtico para glosar la personalidad pictórica que nos ocupa.
Mi relación con Lozano proviene de haber sido compañero suyo como catedrático de la Escuela Superior de Bellas Artes de San Carlos durante largos años. Así fue como le conocí personalmente. Pero como pintor ya tenía noticia de su prestigio desde hacía tiempo, y había visto las dos obras que presentó a la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1950, en Madrid, cuyo título eran Benidorm y Piedra Azul. A partir de ese momento pude seguir su trayectoria ascendente. Pero tracemos ahora su esbozo biográfico.
Francisco Lozano nace para el mundo del arte en Antella (Valencia) en el año 1912. Su vocación y aptitudes para la pintura se manifiestan desde muy joven; una firme voluntad para conseguir sus ideales artísticos le ayudará a lo largo de su vida.
Desde el punto de vista formal, su educación artística fue muy sólida. Los estudios realizados en el Escuela Superior de Bellas Artes de San Carlos, Institución de proverbial tradición; su ingreso en el afamado Colegio San Juan de Ribera de Burjassot, mediante una beca ganada por oposición; y la pensión obtenida del Gobierno para la Residencia de Pintores en la Alhambra de Granada, constituyeron, sin duda, los fundamentos de una formación sistemática y rigurosa, tanto intelectual como artística, que siempre ha caracterizado la impronta personal de nuestro pintor.
Tras su matrimonio con Dña. Antonia Mompó Donat (1941), emprende una intensa actividad profesional movido por la imperiosa necesidad de abrirse caminos, de encontrar su propio lenguaje expresivo y también por el legítimo deseo de alcanzar el triunfo soñado. Esta actividad ya no declinará en el tiempo; se modulará y se reorientará hacia nuevos aspectos de su problema artístico, pero el artista siempre estará alerta, escuchando las voces de sus propias inquietudes y obrando con los colores, su sensibilidad y sus ideas.
El resultado de todo ello supuso la realización de una serie de sucesivas exposiciones de sus obras en las principales capitales de España; residir en Madrid durante temporadas de máximo ambiente artístico; viajar por Europa con propósitos de estudio y profesionales; aislarse durante períodos largos en diferentes pueblos mediterráneos cuya plasticidad, sin duda, era fuente de su inspiración pictórica; participar en las Exposiciones Nacionales de Bellas Artes, en la I Bienal Hispanoamericana de Arte y en las exposiciones de la Academia Breve de Crítica de Arte, dirigida por Eugenio d'Ors, y a la que Lozano pertenecía. Esta Academia representaba el pensamiento plástico más avanzado, por lo que en ella se agrupaban los artistas más innovadores de su tiempo. Hay que resaltar incluso la beca que le concede el Gobierno francés para ampliación de estudios en París.
A todo esto, su marco de relaciones con intelectuales, poetas, artistas y grandes personalidades se amplía. Conoce a Azorín y se inicia un intercambio de ideas con Luis Rosales, Vivanco, Dionisio Ridruejo, Aranguren, Laín Entralgo, Rodrigo Uría y Juana Mordó, con los cuales llegará a mantener una entrañable amistad.
Esta dinámica etapa está representada por una década larga, es decir, hasta 1952. No es, por supuesto, una etapa cerrada, ya que su línea de continuidad lógica permanece. Pero es evidente que durante ésta se producen acontecimientos y éxitos que amplían el concepto de su mundo, entendiendo por mundo el conjunto de experiencias que han dimensionado su propia vida personal y artística. Así resulta que el artista se empeña ahora en otras cuestiones que atañen más esencialmente a su arte, pero que no obstante remiten a otros concluyentes reconocimientos por los muchos méritos que seguirá alcanzando.
Efectivamente, en el año 1952, consigue un importantísimo galardón, especialmente codiciado por los grandes artistas de aquella época y de otras: la Primera Medalla en la Exposición Nacional de Bellas Artes, en la Sección de Pintura, cuyo éxito tuvo gran resonancia en el ambiente artístico madrileño; además, es seleccionado para participar en la Bienal de Venecia; y asimismo figura en la XIII Exposición de la Academia Breve de Crítica de Arte, cuyo título era: Las once mejores obras de Arte Contemporáneo. Verdaderamente fue un año decisivo.
El hecho es que otras distinciones artísticas y académicas llegan desde entonces hasta hoy de forma imparable. Referirnos a todo sería una tarea muy larga, resaltemos, pues, los aspectos más significativos.
En su trayectoria como pintor, observamos que a lo largo de esta segunda etapa (de más de cuarenta años), su obra, en representación de la pintura española, ha sido expuesta en las capitales más importantes del mundo, tales como Nueva York, Stuttgart, Ginebra, Londres, Atenas, Beirut, La Habana, El Cairo, París, Venecia, Buenos Aires, Bruselas, Roma, Tokio, Brasilia, etc. Es decir, el paisaje, su introspectivo paisaje mediterráneo ha circulado por todos los ámbitos más internacionales de la cultura. Y por si esto fuera poco, no sólo está presente en todas las exposiciones que se celebran en Madrid en homenaje a personalidades de máximo relieve intelectual y artístico, como son Eugenio d'Ors, Camón Aznar, Gerardo Diego, Ramón Faraldo, Vázquez Díaz, Cela y otros, sino que también sigue exponiendo en diferentes galerías de ciudades españolas.
La propia Dirección General de Bellas Artes celebra en 1974 una magnífica "Exposición Antológica" en las salas de la Biblioteca Nacional, constituyendo un verdadero éxito. Sobre el artista escriben los más significativos críticos, intelectuales y poetas, entre los que encontramos las firmas de Arean, Andrés Estellés, Campoy, Chueca Goitia, Gerardo Diego, Hierro, Fernández Braso, Janés, Luis Rosales, etc., que reinterpretan en profundidad el sentido y la fuerza de su paisaje.
Una de sus últimas apariciones en Madrid (1990) es la exposición titulada "La escuela de Vallecas y la renovación del paisaje", pero la más reciente, que recoge obras del año 57 al 90, es la grandiosa exposición que el IVAM ha celebrado en el 93, y cuyo título ha sido "Lozano. La invención de un paisaje". De hecho, la exposición resultó impresionante desde el punto de vista artístico-cultural. La expectación visual que generaba la calidad y la hondura de tanta obra reunida, como si se tratara de una gran orquestación de colores, tonos, matices y formas, creaban un clima realmente fascinante. Y cuando el espectador replegaba su contemplación, y se adentraba en la vivencia del mundo propio de cada obra en particular, conectaba directamente con la emoción y el misterio; porque el arte constituye eso: una realidad nueva, trascendente, que la realidad natural oculta, como ya pensaba Heráclito.
Sobre este extraordinario acontecimiento han escrito, con la autoridad que les corresponde, J. F. Yvars, José L. Aranguren, Pedro Laín Entralgo, Vicente Aguilera Cerní y José Corredor-Matheos.
Mas la biografía del "Maestro" Lozano no termina aquí. Aparte de concedérsele el Premio Ciudad de Salamanca (1957) para Primeras Medallas, con motivo del centenario de las Exposiciones Nacionales de Bellas Artes, obtiene en 1955 la Cátedra de Colorido de la Escuela Superior de Bellas Artes de San Carlos, la cual regenta durante muchos años con un sentido eficiente del magisterio artístico, y un profundo saber pictórico, hasta que en 1977, solicita la excedencia en el servicio, con un objetivo único: dedicarse por completo a la creación artística.
Entre todos los méritos anteriormente relacionados tenemos finalmente los académicos, que vienen a ser la confirmación categórica, en diferentes momentos de su historia personal, de un gran maestro de la pintura. En efecto, Francisco Lozano es Académico de Número de la Real Academia de Bellas Artes de San Carlos de Valencia (1955) y Académico de Honor de esta misma Institución en 1985. Asímismo, es Académico de Número de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando de Madrid (1976), miembro del Consejo de Cultura de la Generalitat (1985), y Académico de Número de la Real Academia de Cultura de Valencia (1987). Otros honores que figuran en su impresionante currículum son: la Medalla de Oro del Círculo de Bellas Artes de Valencia, la Medalla de Oro de la Facultad de Bellas Artes de Valencia (1984) y la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes, concedida por la Real Academia de Bellas Artes de San Carlos de Valencia.
Como pintor, Francisco Lozano surge en un ámbito artístico dominado, en cierto modo, por lo que se ha denominado "Sorollismo" (que nada tiene que ver con la espléndida pintura de Sorolla). Naturalmente, el problema que esto planteaba se reducía a una cuestión de talento y personalidad. Así, desde el momento en que Lozano toma conciencia clara de su entorno cultural y presiente su capacidad para asumir interpretativamente la realidad desde sus propias estructuras internas -sensibles y mentales-, emprende su personal camino movido tal vez más por la necesidad de "ser-él-mismo", que por la de ir deliberadamente contra lo instituido. Lo cual no significa en absoluto que no tuviera una visión crítica sobre la situación de la pintura en el entorno de su juventud, que la tuvo. Pero es evidente que a través de su ejercicio artístico pronto se afirmó en su propio concepto, muy diferente, por supuesto, a los modos que más imperaban durante el inicio de su primera etapa, tal y como la hemos establecido anteriormente respecto a otras consideraciones, que nada tienen que ver con la evolución intrínseca de su obra.
Naturalmente, no pretendo entrar en ese aspecto, ya que rebasaría mi cometido, pero sí deseo observar que su obra toda es de una radical coherencia consigo mismo, y, como tal, expresión soberana de su personalidad. En este sentido su fidelidad a la propia visión de la naturaleza, del paisaje, es permanente y consubstancial. Por eso, el carácter de su pintura constituye la fuerza misma de su estilo.
Francisco Lozano es un peregrino que incansable recorre el espacio de su amada geografía, que transita de aquí para allá, que sentidamente va pisando las tierras o los arenales que pinta; a veces asoleándose y siempre meditando sobre las cualidades y valores que intuye en la realidad del paisaje que lo circunda y lo sobrecoge. Él es el creador de lo que Camón Aznar denominará "otro paisaje"; el paisaje de "un levante abrupto, pedregoso, de feroces soledades", o, podemos añadir, de barrancos llenos de piteras, cañaverales y adelfas, siempre dramático por sus tonos; o la franja del mar, de la playa, de la costa, con sus claridades cromáticas enardecidas. Es el universo perceptual de nuestro artista, que luego transfigura y re-crea en su obra. A este universo se enfrenta con un sentimiento casi litúrgico y a través del cual vive en la propia experiencia contemplativa la grandeza misma de la libertad interior, la libertad de su pensamiento y de su sensibilidad para indagar, evaluar y revelar con su arte el secreto de la realidad de las cosas más sencillas y humildes; la libertad para formalizar y redimir estéticamente un paisaje, un nuevo paisaje que él inviste de "otro sentido", y cuyos valores y simbolismo todavía eran inexistentes.
El contrapunto del color y el grafismo como gesto, se conjugan en la estructura pictórica de sus paisajes con una gran sabiduría, que no sólo tiende a potenciar las tensiones y los ritmos del orden expresivo y de toda su trama formal y significativa, sino que, además, determina de modo categórico la propia entidad del paisaje, es decir, su "ser" mismo, como diría Aranguren.
En definitiva, esta es su obra, una creación singular y profunda, llena siempre de una densa belleza plástica y de un irreductible amor al paisaje.
Pero, por encima de todo, Francisco Lozano es un humanista del paisaje, un humanista que nos descubre en su obra nuevas valoraciones del color y de las formas, en las cuales se refunden, en unidad purificadora, las ideas y las emociones que las sustantivan y dan sentido existencial a su paisaje.