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José Saramago

Doctor Honoris Causa por la Universidad Politécnica de Valencia. Investido el 11 de mayo de 1999


Laudatio por José Luis Santos Lucas

Muy Honorable Sr. Presidente de la Generalidad Valenciana
Excmo. Sr. Rector Magnifico de la Universidad Politécnica
Excmo. Sr. Presidente de las Cortes Valencianas
Excmo. Sr. Rector Magnífico de la Universitat Estudi General
Excmo. Sr. Delegado del Gobierno
Excmo. Sr. Presidente del Consejo Social de la Universidad
Hble. Sr. Conseller de Cultura, Educación y Ciencia
Ilma. Sra. Secretaria General de la Universidad Politécnica
Excmas. e Ilmas. Autoridades
Señoras y señores claustrales

Señoras y señores

Excmo. Sr. D. José Saramago

Los geómetras del siglo XIX ya se habían planteado un problema que preocupó, algo más tarde, al Dr. Nabos, heterónimo menor de la constelación pessoana: " ¿Quién sabe si dos lineas paralelas no llegan a encontrarse cuando las perdemos de vista?" Algunos de ellos, todavía más radicales, incluso dudaron de la existencia de aquellas lineas, aunque podemos tener por seguro que muchos de sus colegas, aún antes de esa centuria, creyeron a pie juntillas que "el binomio de Newton es tan hermoso como la Venus de Milo", anticipándose así al también heterónimo Álvaro de Campos. E insistiendo en los saberes geométricos, Pessoa aborda "el arte de la cuarta dimensión" para enseñarnos que "las dimensiones de los objetos no están en ellos, sino en nosotros". En este mismo Paraninfo, Rafael Alberti nos confirmaba que "una circunferencia puede no ser redonda" y que "una recta, si quiere, puede ser curva o quebrada" Tales coincidencias, de las que podríamos aducir muchos más ejemplos, vienen explicadas por la razón de que los hombres de letras, los científicos y los artistas viven todos, en cada época, sobre el mismo substrato social, en cuyas necesidades, preocupaciones y deseos encuentran sus motivaciones específicas, y al que están destinados finalmente sus respectivos hallazgos, lo que explica que nada humano nos sea ajeno, como ya se dijo, y en latin, hace muchos siglos. Sin embargo, nuestro propio ámbito laboral de cada día, en esta Universidad, aunque politécnico, y, en consecuencia, amplio, no es totalizador, pues queda marginado, por la necesidad ineludible de la división del trabajo, el riquísimo mundo de las letras, al que necesitamos asomamos, con frecuencia, en busca de su complementariedad, y en el que, por fortuna, nuestras incursiones suelen resultar provechosas, pues también son capaces de hacer buenas digestiones los legos en fisiología, cuya imperiosa necesidad de nutrición puede llegar a suplir esa ignorancia, argumento con el que deseo disipar la perplejidad sentida y confesada por nuestro homenajeado, cuando supo que la iniciativa de su nombramiento de doctor "honoris causa" procedía de Escuela Técnica y de persona académicamente ajena a las letras.

Nuestra sensibilidad, no obstante, es selectiva. Por eso elegimos, en el amplio acervo de aquellas letras, de aquellas artes e incluso de las ciencias que escapan a nuestro quehacer diario, las medicinas y los tónicos que creemos más necesarios para cada dolencia y en cada circunstancia. La presencia aquí hoy de D. José Saramago certifica el acierto de nuestra selección y nos excusa de mayores esfuerzos explicativos, salvo la inevitabilidad de la referencia histórica.

Dignísimas Autoridades
Excmo. Sr. D. José Saramago

En 1935, Ricardo Reis vive en Brasil, donde Pessoa, con las prisas de su propia muerte, que por entonces le llega, lo olvida vivo. Fue un descuido providencial, supuesto que no se tratara de una omisión intencionada, pues daría ocasión a Saramago, un niño serio y melancólico a la sazón, que no había aprendido aún de Aristóteles que la melancolía es el precio de la inteligencia, y que ignoraba, obviamente, el paradero de Ricardo Reis, a averiguarlo muchos años más tarde, a rescatarlo de aquella insólita orfandad, y a certificar su vuelta a Portugal, a la Lisboa entonces entristecida por la dictadura salazarista, desde la que le llegarían rumores de armas que ya presagiaban la guerra civil española. Es la recuperación de aquel heterónimo expatriado el eslabón que une a Saramago, por libre decisión de éste, con la tradición pessoana, aunque trascienda de ese marco, que ofrecía, sí, un rico y heterogéneo muestrario cultural, pero que no era, por caótico, campo sembrado y abonado para una cosecha concreta.

Aquél será también El año de la muerte de Ricardo Reis, pero, entretanto, ortónimo y heterónimo pueden conversar en Lisboa, muerto ya el primero y - paradójicamente vivo aún, aunque por poco tiempo, el segundo, - o, mejor dicho, en muerte del primero y en vida del segundo -, y, gracias asimismo a la providencia de Saramago, el recién repatriado oirá resonar en su interior, como recobrada voz y lejano eco, a la vez, de sus propios versos: "Ven a sentarte conmigo, Lidia, a la orilla del río", premonición de un inmediato lamento: "Temo, Lidia, al destino". También se llama Lidia - no podía tener otro nombre - la mujer de esta relación efímera y postrera.

Aunque Saramago publicó una novela en 1947 y un libro de poemas, Los poemas posibles, en 1966, aguarda hasta los cincuenta años para dedicarse de lleno a la literatura. No se puede ofrecer una obra madura sin haber alcanzado la madurez. Sus libros irán apareciendo, desde entonces, con el sello de definitivas obras maestras, abarcando su producción poesía, crónicas, teatro, su diario - aparecido con el nombre de Cuadernos de Lanzarote -, cuentos y novela, género éste en el que ha alcanzado su más alto relieve literario y su mayor difusión internacional, aunque si fuera lícita la asignación de categorías restrictivas, más justo resultaría atribuirle la de ensayista.

La superior lección de la duda no la aprendió de Descartes, pues un autodidacta no tiene a mano a los maestros homologados de la enseñanza reglada. Para aprenderla recurrió al magisterio de una de sus criaturas, Raimundo Silva, que en la Historia del cerco de Lisboa con la simple adición al texto de la partícula no, realiza la más revolucionaria de las acciones que quepa imaginar. Antes, en 1977, el mediocre pintor de retratos que protagoniza "Manual de pintura y caligrafía" nos había enseñado a reconocer y aceptar las propias limitaciones personales, y, pocos años más tarde, son tres generaciones de una familia de campesinos las que en el libro Alzado del Suelo le llevan a adoptar su estilo literario, que construirá "saltando por encima de todas las reglas sintácticas o sobre muchas de ellas", por mor de la inteligibilidad de una cultura rural transmitida oralmente en su mayor parte, pues, como nos dice, "lo que llegaba por escrito eran las leyes del gobierno, algo que estaban obligados a cumplir pero no a leer", a lo que agrega que "el paso de una forma narrativa a otra fiel como si estuviera devolviendo a aquellos campesinos lo que ellos me dieron a mí...", ya que "...cuando hablamos no usamos puntuación, hablamos como se hace música, con sonidos y pausas", y "... a esto se añade la mímica de las manos, la mirada, la expresión, el movimiento de las cejas, todo lo que sirve a la comunicación". Que en sus obras no se encuentre retórica alguna, lo explica asegurando que "la gente, mis personajes, hablan sencillamente, todos ellos", y así, puede, en efecto, decir: "... lo que intento, y no es que lo intente, es mi forma natural de escribir, es que aparezca ante el lector la persona que soy, con independencia de lo que me ocurra; lo que me ocurre no tiene ninguna importancia, o sólo la tiene para mí, para el lector, no". Pero esa persona que él es, se ve permanentemente influida por los entes de ficción que inventa, hasta el punto de que se reconozca "creador de esos personajes y al mismo tiempo criatura de ellos". Insiste en que "vivimos para decir quiénes somos", y, en consecuencia, puede alarmar que "...hay una coherencia muy fuerte entre la persona que soy, la vida que tengo, la vida que he vivido y lo que escribo". A partir de los recuerdos de aquel abuelo que se despidió, abrazándolos, de los árboles de su huerto, antes de morir, esa vida ya está delmida desde su infancia, lo que le permite afirmar que "el niño que fui es el hombre que soy". Tal coherencia hace inseparables su creación literaria y sus convicciones ideológicas, que ha sostenido con inalterable entereza, muchas veces en detrimento de sus intereses personales. Podría hacer suyos los versos de Alberto Caeiro: "No me arrepiento de lo que antaño fui / porque aún lo soy". Permanente ha sido su compromiso con los humanos más humildes, o, mejor dicho, con los más humillados, dispuesto siempre a apoyar sus reivindicaciones y a debelar las causas de su opresión y retraso. De ahí que su voz haya clamado, sin descanso, por la paz, aun consciente de las escasas probabilidades de éxito de esa empresa. Tras una reciente visita a algunos de los países más depauperados, escribía: "La guerra es el absurdo que se ha hecho cotidiano, la paz no resucita a nadie". Somos muchos, por eso, los que no queremos la paz para después de la guerra, sino en vez de la guerra, aunque también nos confesemos "militantes escépticos" de esa causa. Abomina de la guerra a lo largo de toda su vida, a lo largo de toda su obra. Hay un ser maltrecho, Baltasar Mateus, Siete - Soles, que vuelve de la guerra para encontrar la miseria del vencido pobre, que sobrelleva en la compañía y con el amor sin palabras de Blimunda, - Siete - Lunas, claro -, capaz de encontrar el combustible, no otro que la voluntad humana, que necesita la máquina voladora inventada por el padre Bartolomeu Lourenço. Ellos, a ratos el clavicordio de Scarlatti, y, a lo largo de toda la obra, las condiciones de vida del pueblo en el siglo XVIII, protagonizan el Memorial del Convento.

El horror de la guerra desatada por la intolerancia entre adoradores de un mismo dios - Jn Nomine Dei -, aparece con toda su crudeza en ese relato del enfrentamiento en Múnster, en el siglo XVI, entre protestantes y católicos. Si alguna vez pudo pensarse que la sustitución del politeísmo por el monoteísmo, con radical reducción de la población del Olimpo, antes tan poblado, acabaría con las guerras religiosas o reduciría su número, fue por no prever que los monoteístas serían, luego, capaces de desintegrar su unidad, fabricando sectas de teologías irreconciliables.

Con la antes referida recuperación del expatriado Ricardo Reis, Saramago muestra ya su decisiva presencia en las letras portuguesas de este siglo, que antes he considerado providencial, y que, para ser más justos, habría que calificar de necesaria.

Del azar de Pessoa a la necesidad de Saramago: Son dos referencias ineludibles del pensamiento portugués en nuestro siglo. Aquél, el último gran sebastianista, nos anuncia en su libro Mensaje, el único, precisamente, que publica en su corta vida, el futuro y definitivo Quinto Imperio, que habrá de suceder a los cuatro anteriores - el griego, el romano, el cristiano medieval y el europeo, es decir, el que compendia los imperialismos posteriores al Renacimiento - y que, en oposición a los anteriores, que lo fueron de expansión o de dominio, será un imperio cultural. Queda muy lejos en el tiempo la primera referencia de esta historia, que arranca de Os Lusíadas, la epopeya de Vasco de Gama dedicada al rey D. Sebastián por Camo es, "el genio poético absoluto, el mayor de la literatura portuguesa", como lo califica Saramago, que nos recuerda en ¿Qué haréis con este libro? "al portugués más universal, al pobre soldado sin fortuna que, a la busca de prócer dispuesto a publicar su obra, había de sufrir el desprecio de "los ignorantes de sangre y de casta", la indiferencia desdeñosa de un rey (...), el escarnio con que desde siempre el mundo ha recibido la visita de los poetas, de los visionarios y de los locos", como recordaba en Estocolmo. En el poema de Camoes, mezcla de fantasía y realismo, de pasión y razón, de religiosidad y paganismo, síntesis del Portugal de su tiempo, abierto al humanismo renacentista, quedó representada no sólo la figura del conquistador sino el conjunto del pueblo portugués del siglo XVI. La desaparición, algunos años más tarde, de D. Sebastián frente a las murallas de Alcazarquivir, permitió forjar la leyenda, difundida a raíz de la anexión de Portugal a España por Felipe II, de su supervivencia y de su futuro regreso como libertador del pueblo luso. La metáfora del pensamiento pessoano, con el "regreso" del rey D. Sebastián, supone una vehemente y esperanzada exigencia de vivificación cultural de su país, la elaboración de un pensamiento portugués moderno, que adquiera o recupere, tras una ausencia secular, pertinente presencia e influencia vigorosa en los más amplios ámbitos mundiales de la cultura. Por esa razón, Pessoa profetiza la pronta aparición de un gran poeta, del Super -Camóes que prestigiará al máximo las letras portuguesas, aunque la inextinguible grandeza de Camóes impida a aquel alcanzar tal cima, quizá reservada a un gigante literario colectivo. La humillación sufrida por Portugal a consecuencia del desconsiderado Ultimátum británico de 1880, que fue una de las causas de la caída de la monarquía portuguesa, necesitaba la ilusión de un resurgimiento, visible en el saudosismo que fundó Teixeira de Pascoaes a través de la revista A Águia, y el movimiento cultural de la Renascença Portuguesa.

Acorde con su aforismo: "¡Sé plural como el universo!"-confesaría Pessoa:: "... no tengo principios, hoy defiendo una cosa, mañana otra, no creo en lo que defiendo hoy, no tendré fe mañana en lo que defienda,(...)", afirmación que no equivale a incertidumbre o a duda, sino, más bien, a la heterogénea riqueza que se ofrece a su pensamiento en la encrucijada de la elección, y donde parece radicar la diversidad ideológica que justifica la heteronimia, que es el modo de ser todo de todas las maneras posibles. Y esa pluralidad aparece en la base del paganismo del ortónimo, o, mejor dicho, del paganismo de Alberto Caeiro, pues, llegado a esta complejidad conceptual, aquél prefiere - o se ve forzado - a convertir a ese heterónimo en el astro central de su propia galaxia. Cameiro sublimó el paganismo de antaño y responde así, a más de tres siglos de distancia, al requerimiento de Paracelso que ya propugnaba un neopaganismo europeo.

El legado, o, mejor, los plurales legados de ese orbe poético, eran obligada referencia en los años en que Saramago inicia su reflexión intelectual. De Ricardo Reis, epicúreo triste, el poeta "neoclásico" de tal diversidad, el poeta "horaciano", aprende que: "El Dios Pan no ha muerto,/.. .1, Pan sigue ofreciendo ¡los sones de su flauta ¡ al oído de Ceres .." No, el Dios Pan no ha muerto; sólo pueden fenecer sus sucesivas abstracciones teológicas. Cuando Nietzsche afirmaba que "nuestra era está volcada en el exterminio de los mitos y de los héroes", añadía seguidamente que "por eso hay que recurrir, siempre, a los de la antiguedad". Así pudo afirmar Pessoa: "¡El sol eres tú y la luna eres tú y el viento eres tú! Tú eres nuestros cuerpos y nuestras almas y nuestro amor eres tú también". Y el heterónimo Antonio Mora, que se confiesa "místico intelectual de la raza triste de los neoplatónicos de Alejandría", añadirá, evocando a Pindaro, que "la raza de los hombres y la de los dioses es una sola", lo que explica ciertos lenguajes crípticos.

Con frecuencia se habla de cosas en las que no se cree, porque sus meros nombres actúan sobre muchas gentes, condicionando comportamientos y justificando conductas. Así, Saramago hablará de Dios, ya que, además de latir en su relación con los animales y las cosas cierto sentimiento panteísta, derivado de un principio de continuidad natural, no podría dejar de hacerlo por la razón, que supone el máximo respeto hacia el semejante, de que "si Dios existe para la persona con quien estoy hablando - así nos dice -' entonces Dios existe para mi en esa persona". Dios se nos aparece, así, en la mente del eventual interlocutor de cada día, o está presente como motor y máquina del pasado, en una permanente y estereotipada referencia histórica. La supresión de esa referencia equivaldría casi a una mutilación. En definición grata a los teólogos de la liberación de América Latina y que ha encantado a Leonard Boff afirma que "Dios es el gran silencio del universo y el hombre es el grito que da sentido a ese silencio". En el Evangelio según Jesucristo medita, siempre con amor, sobre los seres humanos que protagonizan el drama de aquella inflexión bíblica, de tan hondas consecuencias.

En una sociedad distante veinte siglos de aquella, y en otro libro, 'Ensayo sobre la ceguera", analiza de nuevo situaciones extremas. Es difícil que la miseria y la grandeza de la condición humana puedan expresarse con tintas más fuertes que las utilizadas por Saramago para describirías. La recuperación de la vista, tan inexplicable como su anterior pérdida, por aquellos personajes, nos atrevemos a interpretarla como augurio de humana esperanza en tantas situaciones de metafórica ceguera colectiva por las que atraviesa nuestra sociedad. La omisión, en ese libro, de los nombres propios de los personajes, sin olvidar al perro de las lágrimas, y su sustitución por las más significativas características de cada uno, se repite en Todos los nombres, donde, paradójicamente, el único explícito es el de D. José, modesto funcionario que supera su timidez e introversión para protagonizar una conmovedora aventura con el fondo del Registro Civil.

Si Saramago nos ha llevado, casi forzado, a conocer la poesía y la prosa de los autores portugueses, a iniciar la cancelación de la enorme deuda que tenemos con la literatura y con el pensamiento de la nación vecina era, sin duda, con la intención de emprender la tarea, ahora posible, aunque con frecuencia nos invada el desánimo, de recuperar el tiempo perdido en las relaciones entre nuestros países. Incluye a España en su proyecto y en su esperanza, pues, como decía recientemente, "sin dejar de ser el portugués que siempre fui, he tenido la fortuna de ver en estos últimos doce años, como 'mi país', entendido como el lugar de vivir, amar y trabajar, se ha ido haciendo cada vez mayor, hasta llegar a coincidir, cultural y sentimentalmente, con los limites de la península", donde queda explicado que la Balsa de Piedra, esa gran isla fluctuante que su imaginación desgaja de Europa, nos transporte, junto a los portugueses, también a nosotros - incluido Pedro Orce, símbolo del más remoto pasado común, y siguiendo un rumbo que escapa a la jurisdicción del gigante Adamastor-, al encuentro cultural con los pueblos de allende el Atlántico, desafiando el dominio sofocante de Norteamérica. Encontramos en ese fantástico viaje que las utopías pueden resolver muy serios problemas: en este caso, el de Gibraltar, convertido en isla diminuta al emprender su viaje la ex-peninsula Ibérica. Dos pueblos que han vivido de espaldas desde hace siglos, ajenos a su natural afinidad e incluso a sus intereses inmediatos, inician esa insólita aventura atlántica, orientados por el más significado escritor actual en lengua portuguesa.

Desde Lanzarote, en el Atlántico también, y no es coincidencia casual, sigue cuidadosamente los rumbos de la balsa que compartimos, y en la que muchos de sus viajeros descienden también de un abuelo berebere.

Debí decir antes, señoras y señores, que José Saramago es premio Nobel de Literatura, aunque sea ésta una información innecesaria por sabida. Tan merecido galardón, que le fue atribuido con posterioridad a la propuesta de colación del doctorado honorífico por esta Universidad, no influyó, obviamente, en nuestra iniciativa, si bien este acto, consecuencia de aquella, nos depara la ocasión de expresarle ahora la gran alegría que nos produjo su concesión.

Señor doctor José Saramago, querido amigo José Saramago:

Muchas gracias por haber aceptado nuestro homenaje, que nos reporta la gran satisfacción de contar, desde ahora, con tan excepcional compañero en el Claustro Universitario.

Si, como decía Pilar, lo que le hace más feliz a José es que le quieran, ha hecho muy bien en venir a esta Universidad. Será más feliz a partir de ahora.

He dicho.

José Luis Santos Lucas


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